Thursday, August 11, 2005

Only in America

Lunes 8 de Agosto. Finalmente llegó el día. Me iba de Chile mis papás y mis amigos llegaron a despedirme. No pude controlar las lágrimas por un rato, sobretodo cuando me despedí de mi vieja. Una vez arriba del vuelo, el que además llevaba a la codiciada Pampita, me encontré con la prima de una amiga (Sole la prima de Janina). Quedamos de acuerdo en compartir el taxi una vez que llegáramos a Santiago. Buena idea, de esta manera no tenía que quedarme 7 horas en el aeropuerto. Al rato no aguante y abrí el regalo que me había entregado la Pao, poco antes de partir. Las últimas lágrimas cayeron. El libro con mensajes y fotos estaba súper emotivo y realmente provocaron el efecto esperado. Durante el vuelo conocí a un par de brasileñas, que andaban turisteando por el sur de Chile y que el fin de semana habían estado en Pucón haciendo snowboard. Estaban sorprendidas de lo barato que eran los autos en Chile, decía que en Brasil costaban 2.5 o 3 veces más. Bueno logré los dos primeros MSNs del viaje, Fernanda y Renata (Jenata, de acuerdo a como pronunciaban ellas). Llegamos a Santiago, aproveche de dejar mis cosas donde la Sole y me junté a almorzar con el Mono (un ex compañero de colegio), nos fuimos a su casa, el debía ir a trabajar, yo aproveché de tirarme un rato. González perdía y la hora del vuelo se acercaba, me fui a tomar un café con donuts, al Dunkin Donuts, que está cerca del Portal Lyon, al rato llamé a Manete, para despedirme y pedirle que me llevara al aeropuerto. Así fue, su hermano Matías y él me llevaron al aeropuerto, fueron los últimos en despedirme de Chile.

El viaje

El viaje salió de acuerdo a lo planeado a las 8.45, antes, una vez pasada policía internacional, compré The Economist ($4,300 la gracia), lejos una de las mejores revistas que he visto y que iba a ser mi compañera de viaje, en vista de que no tenía un libro que leer (además era lectura en inglés)

Me tocó ventana y me senté con un gringo de cómo 50 años al lado, la historia principal de The Economist tenía relación con la tendencia que existe en algunas personas mayores de 30 o 40 en culpar a los videojuegos de gran parte de los males de la sociedad. El periodista, por su parte, hacía un paralelo de cómo muchas veces en el pasado las generaciones mayores culpaban a las nuevas tecnologías de los males generacionales. Me pareció una buena discusión, bueno como siempre en The Economist.

Las azafatas pasaban ofreciendo algo de beber, obviamente opté por un poco de whisky para alivianar el viaje, era Ballentines. Pedí además tortellinis con salsa Alfredo. El gringo del lado por su parte, pidió lo mismo que yo para comer, junto con un poco de vino blanco. Al rato, cuando la azafata había pasado, sacó de la mochila que llevaba en sus piernas una botella de Johnny Walker, se dirigió a mi diciendo: “Scotch?” yo pensé que me estaba ofreciendo y estaba contento al ver tanta generosidad. Sin embargo, usó ese supuesto ofrecimiento solo para contarme que iba a tomar Scotch, rapidamente guardó la petaca y siguió con su comida.

El gringo venía de Argentina, de Cordoba. Había ido a cazar junto con otros gringos, que también venían en el vuelo. Hablamos bastante rato, yo le comentaba las maravillas del sur de Chile y él estaba interesado en lo que iba a hacer a los Estados Unidos. Me aseguró que iba a pasar unos excelentes dos años y me comentaba las bondades de su idolatrado país. Realmente era un nacionalista que veía con buenos ojos que fuera a estudiar a su país y que se sentía más orgulloso de su país al saber que era la Universidad gringa la que me había dado la beca y que el Gobierno chileno o autoridades chilenas no estaban poniendo un peso.

Pude dormir unas 4 horas, las azafatas nos despertaron tipo 3.40 am, cuando supuestamente íbamos sobrevolando Cuba. Nos sirvieron el Desayuno, estaba piola, una suerte de empanada con jugo y café, más frutas envasadas y un Cereal Bar. Le ayudé al gringo a llenar la Tarjeta de Aduana (extrañamente estaba sólo en Español). Como a las 4.40 abri la ventana y estábamos sobrevolando Miami. Si hay una cosa que me guste son las vistas de noche de las ciudades, Miami no era la excepción, se veía una ciudad grande y mucho movimiento en las calles considerando el día y la hora, un Martes casi a las 5 de la mañana. Aterrizamos, ya estaba en los United States.

El tramité en el aeropuerto fue relativamente corto y agradable. En policía internacional no tuve problemas, incluso “eché la talla” con la negrita que me atendió por mi cara al momento de tomarme la foto (Come on! Eran las 5 de la mañana). Pasé a retirar mi equipaje, fui uno de los últimos, al parecer mis cosillas eran las últimas que corrieron por la cinta. Salí de esa área y nadie me revisó nada más. Incluso me sorprendí y volví a preguntarle a un policía negro. Me contesto bruscamente mostrándome donde estaba la salida. Bueno, si no me querían revisar mayormente el equipaje era problema de ellos. Me subí a un ascensor, baje al primer piso del aeropuerto, estaba desierto. Abrí la puerta de salida y el calor de Miami me dio la bienvenida. La “foca” se hizo presente inmediatamente abriendo la puerta. Habían fácilmente unos 30° C. Y eran las 5.30 am.

La espera

Sabía que una bendita van que hacía el recorrido Miami-Tampa pasaba tipo 10-11 de la mañana. Me recorrí 3 pisos del aeropuerto de punta a cabo. Como varias personas me habían adelantado lo único que se escuchaba era Español. Compré unos sándwiches, un café en Starbucks, y miraba las ofertas en los Duty Free (aunque no tenía intención de comprar nada). Los malos ratos empezaron cuando quise llamar por los benditos teléfonos públicos del aeropuerto. Primero, no tenía monedas, sólo billetes y no había muchos lugares para sencillar. Conseguí unas monedas, cambiando billetes de un dólar de un canasto de propinas de un mini supermercado. Intenté llamar a la Van y el número que tenía estaba malo, perdí 50 centavos. Quería asegurarme de la hora y el lugar donde podían recogerme. Volví a llamar y no contestaban. Al rato, empezando a perder la paciencia, le comenté a una cubana del staff del aeropuerto mi situación, ella amablemente agarró su celular y empezó a llamar al servicio. Recibía la misma respuesta que yo. Viendo mi situación, me preguntó que más podía hacer por mi, yo aproveché de llamar desde su celular a uno de los estudiantes de USF (el que me había dado el número malo) para que me diera un nuevo número. Me dio un número que empezaba con 813 (el código de Tampa). Los putos teléfonos del aeropuerto de Miami no sacaban ninguna llamada a Tampa, ni marcando un 1 antes ni haciendo nada razonable. Nuevamente la cubana me ayudó (evitaba que alguien la viera llamando por celular) y nadie le contestó. En fin, la cubana debía irse, aproveché de darle unos dólarcillos por lo amable que había sido. Intenté infructuosamente de llamar por los teléfonos públicos. Estaba en eso, cuando un hombre de cómo 35 años me habla en inglés con un acento no nativo, notaba mi rabia con los teléfonos y quiso ayudarme. Al rato descubría que era brasileño de Sao Paulo, intentó conseguirme otros números de Vans que fueran a Tampa cuando hablaba con su esposa que estaba en Miami. En fin, me consiguió algunos números de empresas, pero no iban a Tampa. Él igual estaba en problemas, había perdido un vuelo en TAM a Brasil. Me decía: “tomátelo con calma, yo viajo siempre y los problemas son normales, ten paciencia”. Me sugirió, al igual que Marito Valdés en Temuco, que arrendara un auto. Yo me negué y le dije que sólo lo iba a hacer si era mi último recurso.

Además de nosotros dos en problemas, apareció una mina de unos 20 años, exquisita que había perdido un vuelo a Colombia en LAN. Al parecer tenía pituto y compraba boletos rebajados por lo que en apuros optaron por dejarla abajo. Estaba desesperada por no poder comunicarse con Colombia para avisar que no llegaría. En eso, apareció un ocioso con cara de reo que le ofreció el celular para llamar a Colombia, se notaba de mal aspecto pero la mina pudo llamar. Al poco rato la ví subiéndose a un Mercedes último modelo fuera del aeropuerto.

En fin, no quería arrendar un auto, eran cerca de las 10 y me instale a esperar la Van, decían que era blanco con rojo. Eran las 11 y nada pasaba. Finalmente tipo 11.15, volví a perder la paciencia y hablé con un oficial del aeropuerto el cual me sugirió ir al Terminal de Greyhound, una empresa de buses. Yo sabía que existía Greyhound, pero que el viaje duraba 8 horas. No me quedaba otra opción, tomé un taxi y llegue al Terminal. El bus salía a las 2.30 pm. Hice hora, converse con unos cubanos, con un viejo alemán que había vivido en Nicaragua, ubicaba perfectamente Colonia Dignidad, pero no quiso seguir con el tema. Cada cierto rato aparecía un negro encargado del aseo de la estación, que tenía solo la mitad de los dientes y que bromeaba en voz alta, respecto a sus actividades. Era un showman. Llegaron las 2.30 pm, uno de los cubamos de la Terminal también iba a Tampa, por lo que conversamos un rato, me comentaba que no veía a sus hijos hace 4 años y que su vida era difícil.

El viaje en bus.

Me senté solo, el bus al menos tenía aire acondicionado pero no era mejor que un Jac clásico, el conductor hablaba por unos alto-parlantes para informarnos sobre el estado del viaje y advertirnos que denunciáramos cualquier conducta ofensiva o rara en el bus.

Dormí la primera parte del viaje. Estaba muy cansado. Paramos en Fort Lauderdale, en Punta Gorda, en Fort Myers, Fort Charlotte y en Naples donde observé una suerte de barraca y divisé paquetes de madera Arauco (orgullo nacional). El bus de a poco se empezó a llenar. Paramos a comer en un servicentro, yo estaba apurado por llegar y sólo compre unos Twix y unos Snickers, aproveché de llamar al estudiante de USF para que me fuera a buscar al Terminal de Greyhound en Tampa a las 10.30 pm, su nombre era Ian. Seguimos el viaje, ya había caído la noche y paramos en Sarasota. Un negro rastafari con pantalones rojos anchos y una polera de Bob Marley que le llegaba a las rodillas se sentó a mi lado. Yo le hablé y le pregunté donde estábamos en la siguiente parada después de Sarasota, su respuesta fue: “No idea, man”. El negro no era de las mejores familias claramente. En un momento, se paró de mi lado y se fue a sentar al lado de una negra que venía con otro negro, el cual se había levantado al baño. En palabras simple le robó el asiento y se hizo el dormido. El negro 2 volvió del baño y le exigió el asiento de vuelta, el negro 1 continuaba haciéndose el dormido. En un momento el chofer empezó a pedirle al negro 2 que se sentara, este le dijo que le habian robado su puesto. Estaban en eso cuando el negro 1, balbuceó un par de cosas y volvió a sentarse a mi lado. Al poco rato me pidió un cellphone, yo le conteste que no tenía.

Las 10.45pm y habíamos llegado, el cubano amigo que durante las paradas me había convidado cigarros, me dijo que bajáramos y me ayudo con mis bolsos de mano, viendo que el negro no me dejaba salir al pasillo (yo venía en la ventana). Fue un alivio.

En el Terminal me encontré con Ian y le ayudé al cubano a preguntarle a un policía por la ubicación del Terminal, el cubano no hablaba nada de inglés.

Durante el viaje subió la policía diciendo: “This is the Department of Homeland Security, we need to check your papers and your inmigration status. So please show us your ID cards, passports or visas. El cubano saltó y dijo que tenía todo en su equipaje, que venía abajo en el bus. No se si le creyeron o qué, pero no pasó a mayores. Yo en tanto, mostré mi pasaporte y visa vigente. Uno que otro pasajero tuvo un altercado menor. De todas maneras me hizo volver a darme cuenta que estaba en los estados Unidos.

La llegada.

Bueno, lo interesante pasó. Ian había ido a buscarme en auto. Me llevó a mi actual morada. Un edificio de estudiantes (muy similar a un edificio del video de Country House de Blur donde los integrantes de la banda juegan The Great Escape) que está al frente de USF. Comí quesadillas en un restorant irlandés e hice mis primeras compras en Wal Mart, útiles de aseo mayormente, una cortina de baño y un cable para red. Llegúe a mi room la 511, me saqué la ropa que llevaba puesta hace dos días completos y me duché, luego me sente en el laptop, puse algo de música y revisé el CD que mis compañeros de trabajo me hicieron y que prometí no abrir hasta llegar a USA. Esas si que fueron las últimas lágrimas. Me dormí. La pieza tambíen tenía aire acondicionado y era bastante agradable.

Annie era la encargada de la residencial. Tenía máximo 24 años. Uff ya se la quisieran mis amigos García y Solano. Me atendió con ropa de gimnasio. Me felicitó por mi inglés y me pedía disculpas por hacerme poner mis iniciales PR en un montón de hojas que consignaban el arriendo de la pieza. Bien Annie como diría los fanáticos de Hattrick, sobresaliente.

2 comments:

Kidsmoke said...

Tremenda historia, so USA!
Pelao muñoz hubiera ido feliz al lado del negro.
Toda una odisea compadre, pero igual conociste gente amable.
Y Annie?? del tipo teenager? jajaja. Ya compadre, sigue escribiendo tu aventuras nomas, están entretenidad, y eso que es el primer día nomás. Chau. Cuidate. Suerte.

ED said...

El negro de temer ah?